Archive for the ‘ Artes ’ Category
Por: Homero Aridjis/ Tomado de “Mediaisla”.
Más allá de la tecnología involucrada, leer enriquece los modos de pensar y procesar información, afirma el escritor mexicano Homero Aridjis, quien analiza viejos y nuevos hábitos de lectura y escritura en un mundo cada vez más digital.
“En Milán, hacia fines del siglo IV, cuando San Agustín fue a visitar al obispo Ambrosio asistió a un hecho trascendente: el momento en que la palabra escrita comenzó a adquirir preeminencia respecto de la palabra hablada. En sus Confesiones, San Agustín escribió: “Cuando Ambrosio leía, sus ojos recorrían las páginas, y su corazón penetraba el sentido, sin decir palabra ni mover su lengua. Muchas veces –pues a nadie se le prohibía entrar ni había costumbre de avisarle quién venía– le vimos leer calladamente y nunca de otro modo, y estando largo rato sentado en silencio, me largaba, conjeturando que aquel poco tiempo que se concedía para reparar su espíritu, libre del tumulto de los negocios ajenos, no quería se lo ocupasen en otra cosa, leyendo mentalmente, quizá por si alguno de los oyentes, atento a la lectura, hallara algún pasaje oscuro en el autor que leía y exigiese se lo explicara”.
“Empecé a leer libros seriamente cuando tenía diez años, después de haber estado a punto de morir por un accidente con una escopeta. La serie de Sandokan El tigre de la Malasia de Emilio Salgari y los Hermanos Grimm fueron los primeros libros que mi padre me compró durante mis 19 días en el hospital. La lectura ocupó el lugar del fútbol, que era demasiado peligroso para mí, y muy pronto pasé a devorar a los otros: Homero, Shakespeare, Julio Verne y Cervantes, y a continuación empecé a escribir usando nuestra mesa de comedor como escritorio.
“La forma de preservar la palabra escrita se ha transformado a lo largo de los siglos; en la Antigüedad, a partir de las tabletas de arcilla o pizarra o cera o madera, e incluso fragmentos de cerámicas, hasta los rollos de papiro. Al comienzo del primer milenio, el códice suplantó al rollo, y el pergamino reemplazó al papiro. Más tarde el papel, inventado en China en el primer siglo d.C., se abrió paso llegando al mundo árabe y a Occidente, y cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta hacia mediados del siglo XV, la producción masiva de libros fue por supuesto en papel.
“La escritura perdura en las palabras, esas criaturas etéreas y materiales, tanto propias como de otros, que vienen del pasado y– espero– se encaminan hacia el futuro, pues como escribió Jorge Luis Borges en su ensayo “El sueño de Coleridge” sobre el poema escrito por Coleridge Kubla Khan: “El alma del Emperador, destruido el palacio, penetró en el alma de Coleridge, para que éste lo reconstruyera en palabras más duraderas que los mármoles y metales”. Y como escritor y lector de libros, mi sueño es que cuando el cuerpo– mi cuerpo– ya no esté, las palabras que escribí me sobrevivan en libros.
Por: Gloria Cepeda Vargas/ Última parte.
En la madrugada del 18 de Agosto, fue fusilado en Alfacar, cerca de Fuente Grande, por las fuerzas rebeldes,Federico García Lorca a los 38 años de edad. Su asesinato fue un atentado no sólo contra la vida sino contra la inteligencia. Cuando lo mataron, Federico era el poeta más aclamado dentro y fuera de España, dramaturgo exitoso, músico exquisito, dibujante de talento. Es decir, una personalidad casi imposible de sustituir.
Dicen que cuando mandaban los árabes en España, los moros granadinos se detenían asombrados ante un manantial que permanecía cubierto de burbujas. Por eso lo llamaron Ainadamar, que significa Fuente de las Lágrimas. A pocos pasos de la Fuente de las Lágrimas, cayó abatido para siempre Federico García Lorca.
Siguieron tres años de horror. Crímenes de lado y lado, fusilamiento masivo de rojos en el tristemente célebre Barranco de Viznar, violencia desmedida, ignorancia, miseria y depresión económica. Lo demás es conocido: la derrota del ejército republicano, el final de la guerra, la prisión y el calvario de Miguel y el establecimiento en España de la dictadura de Francisco Franco hasta su muerte ocurrida en 1975.
Y aunque su faceta más conocida es la de poeta insigne, no olvidemos que su poesía se nutrió de la sangre y las lágrimas que llovieron copiosamente sobre las ciudades y los campos españoles en un momento aciago. Fue hijo de una tierra servil y heroica, cuna de la Inquisición y de El Quijote, protagonista de la aventura que partió en dos un mundo que de cara al Renacimiento, empezaba a sacudirse los oscurantismos medievales y miró caer, el 20 de Julio de 1936, el último bastión republicano de Granada durante la heroica resistencia de la ciudad.
Su vida, abonada con toda clase de inconsistencias y crueldades, es ejemplo de valor y entereza. Le tocó luchar en una época marcada por la torpeza y la crueldad, en una tierra destrozada por un combate fratricida que acabó con lo mejor de la juventud española de ese tiempo, miró caer, para no levantarse, poetas como Federico García Lorca yMiguel Hernández y vio tomar el camino del exilio a hombres de la talla de Rafael Alberti, Pablo Picasso y Luis Cernuda entre otros.
Vino al mundo en un país clerical e ignorante marcado por el forcejeo entre el desconcierto civil y el militarismo desmandado. Las convulsiones de ese parto influyeron poderosamente en su obra literaria e hicieron de su poesía la expresión más pura de la época. Murió tuberculoso y abandonado en una celda del Reformatorio de Alicante, el 28 de Marzo de 1942 a los 31 años de edad. Enterrado en el cementerio de Alicante el 30 de marzo del mismo año, actualmente reposa ahí junto a su hijo y su mujer Josefina Manresa. La Ley de Memoria Histórica declaró injusta e ilegítima toda condena impuesta por motivos ideológicos o políticos.
Quedan para aprendizaje de todos su limpia caparazón de acero y su sencillez tan escasa entre “las aves del nuevo gay trinar” a que aludió Antonio Machado, su manejo magistral de la palabra poética, su lúcido concepto de la justicia, su valentía irreductible.
Cuando languidecía en la cárcel de Alicante, recibió la visita de un grupo de militares prestigiosos quienes le ofrecieron la libertad, una pensión de cien pesetas y una casa para su mujer y su hijo si accedía a firmar un documento donde declaraba su adhesión al régimen. Y a pesar de la terrible situación que soportaba, prefirió morir a traicionarse a sí mismo.
La suya es una figura que crece con el tiempo. Poseedor de vida y origen diferentes a los de sus compañeros de generación, enarboló una palabra fuerte como el acero para fustigar lo que su conciencia le dictaba. Su valentía casi suicida, su lucha tan infructuosa como ética, las circunstancias indescriptibles de su agonía y muerte, lo señalan como único protagonista de una batalla denodada contra las oscuridades, la prepotencia y los oportunismos. Fue un poeta vanguardista sin conocer el ancestro renovador de la España de post guerra. Carente de formación académica y hecho sólo con las lecturas que su sed de conocimientos le deparó en la oscuridad de un cobertizo mal iluminado, su obra navega más allá de acontecimientos temporales y críticas establecidas.
Los integrantes de la Generación del 27 coincidieron con él en el tiempo mas no en el origen de la palabra. Ellos dieron su aporte a un surrealismo oral, plástico, filosófico y político que alimentado en los Manifiestos Surrealistas deAndré Breton y en la Revolución Rusa del 17, se abría a los cambios viscerales ocurridos después de la Primera Guerra Mundial con la máquina como protagonista en un mundo que empezaba a industrializarse. La suya es una voz forjada como el hierro en el yunque del dolor. Poseyó en gran medida la facultad de manejar a su antojo los altibajos poéticos, desgranándose en sonetos magistrales y en poemas de factura libre y poderosa.
De ese volcán en permanente erupción que fue su vida, brotó su avasalladora poesía. De ahí ese alud de palabras que parecen querer ocupar el mismo sitio al mismo tiempo y el manejo puntual del recurso idiomático que extraído de lo más hondo de la tierra, abona con acierto único hasta ahora, el tronco y el ramaje de la poesía española contemporánea.
Esto en lo concerniente al estilo, pensamiento o como queramos llamar a la parte intangible del poema. En lo atinente a la forma, su poesía vuela libremente más allá de las normas establecidas por la poesía medida y rimada que suscita el rechazo de muchos en nombre de una libertad ajena a sílabas cuantificables y sonoridades establecidas. El suyo es un caso singular. Aquí la norma y la métrica se subordinan sin esfuerzo ante la irrupción telúrica y por lo tanto ajena a encasillamientos y agendas cronológicas.
Para leerlo y sentirlo, es preciso aquilatar el valor transformador de una sintaxis bronca y dulce, presente aun en lo más sutil de su intensa poesía de amor. No buscó la palabra. La palabra lo reconoció perdido en las breñas y los accidentes de una vida oscura, para tomarlo de la mano y revelarle los secretos del verbo esencial. Lacerado en carne propia, cantó sustrayéndose a conclusiones o análisis coyunturales volcando el sentimiento en el caudal de una palabra limpia. Por eso en la dedicatoria escrita para Vicente Aleixandre en Viento del Pueblo dice: Los poetas somos viento del pueblo. Venimos para pasar silbando a través de sus poros. El pueblo espera a los poetas con los ojos y las orejas tendidos al pie de cada siglo.
A pesar de estar atado físicamente muchas veces, se irguió para denunciar, como nadie lo había hecho hasta entonces, el drama de su patria, avizorando con lucidez todo lo que faltaba por hacer y de qué manera impedían la evolución de España lo matrero de la palabra y la oscuridad del pensamiento. Ya lo había dicho: Los pueblos se salvan por el viento que sopla desde todos sus muertos.
A casi sesenta y nueve años de silencio truena su verso combativo como ratificación de compromiso republicano desde las trincheras y la pólvora del Quinto Regimiento: Sangre, sangre por árboles y suelos/ sangre por agua, sangre por paredes/ y un temor de que España se desplome… Y clama su corazón de pájaro prisionero en un mundo que no entendió jamás: Me quiero sustraer de tanta herida/ me da cada mañana/ con decisión más firme/ la desolada gana/ de cantar/ de llorar/ y de morirme (Otros Poemas, 1935-1936).
Lucian Freud murió el pasado 20 de julio. Este recorrido por la retrospectiva exhibida en una pequeña galería de Londres, en 2004, revela la intensidad de la obra del pintor inglés.
Si uno quisiera una demostración perfecta de lo bueno que puede llegar a ser el arte contemporáneo y de lo espantoso y pendejo que también puede ser, ningún lugar sería mejor que Londres por estos días. En un extremo está “New Blood” [“Sangre nueva”], la exposición de la galería Saatchi, cuyo título de sabor vampiresco anuncia la presencia de una masa de novedades, casi todas ellas testimonio vívido (con excepción de unos cuantos cuadros firmados por la sólida y eternamente talentosa Paula Rego) de la medida en que el marchante y promotor dueño del lugar no tiene ni la menor idea de lo que exhibe.
En el extremo opuesto está una pequeña galería dentro de la Colección Wallace, que ha cedido su espacio temporalmente para exponer la obra reciente, por ahí de los últimos dos años, del pintor inglés Lucian Freud. A sus 81 años, Freud es infinitamente más joven que toda esa basura instalada al otro lado del Támesis: más joven que el tiburón de Damien Hirst, sumergido y pudriéndose lentamente en un tanque turbio de formol; más extraño que la Vermin Death Star [“Estrella de las sabandijas mortales”] de David Falconer, compuesta por miles de ratas en metal fundido; y por lo menos cien veces más sexy que el cansado ícono de la domesticidad promiscua, la muy publicitada cama de Tracey Emin. La obra de Freud es supremamente fuerte, hasta despiadada, pero no se libra a la fácil simulación emocional que es del gusto institucional del publicista, ni al cinismo mimado o al sensacionalismo simplista que está por todas partes en la Colección Saatchi.
Fuente: www.elmalpensante.com
Retratar al retratista, eso fue lo que hizo James Lord en su libro A Giacometti Portrait, escrito mientras posaba para el pintor italiano.
Año y medio antes de morir, el gran Alberto Giacometti aceptó hacerle un retrato a un bon vivant y aspirante a coleccionista de arte llamado James Lord. Como buen tilingo, el modelo pensó que alcanzaría la inmortalidad posando una o a lo sumo dos veces para el pintor, pero terminaron siendo dieciocho jornadas agotadoras, sentado rígidamente en una silla, en el lóbrego atelier parisino de Giacometti. Lord había llegado a la ciudad como soldado raso con las tropas aliadas que liberaron a París al final de la Segunda Guerra, y merced a sus encantos sedujo a Jean Cocteau, luego a Dora Maar (la ex amante de Picasso con quien tuvo un conveniente romance), luego a la pareja conformada por Gertrude Stein y Alice Toklas, y así accedió al círculo áulico de los artistas de Montparnasse. Pero Giacometti era un hueso duro de roer: no socializaba, no le interesaba triunfar en América (la herramienta que solía usar Lord para ganarse la confianza de quienes admiraba), no le importaba otra cosa que develar un enigma: “Sigo pintando solo para saber por qué no puedo poner en el lienzo lo que veo”.
Giacometti había sido el primero de los surrealistas en abrazar la abstracción y también en abandonarla. Su retorno a lo figurativo había sido fulgurante, con esas anónimas y espectrales esculturas esqueléticas, de hombres caminando solitarios y mujeres esperando en grupo pero igual de solitarias, que se convertirían en su marca de fábrica y en la imagen por antonomasia de lo que había terminado siendo el hombre para el hombre a esa altura de la Historia. No es casualidad que la obra de Giacometti fascinara por igual a Sartre y a Samuel Beckett. No es casualidad que cualquiera que camine contra el viento o espere en una esquina solitaria hasta el día de hoy se sienta irremediablemente una figura de Giacometti, un abandonado por su época. Después de contestar así la famosa pregunta de Theodor Adorno (“¿Puede haber poesía después de Auschwitz?”), Giacometti hizo otro viraje igual de fulgurante en su obra: la restringió al retrato. Del contorno de lo humano pasó a sus rasgos, en forma de retratos y de bustos. Una y otra vez trató de reproducir los rostros de su hermano Diego y de su amante Annette, obligándolos a posar durante infinitas jornadas. Annette fue la primera en rendirse (“Me sofocó la sensación de que toda mi vida se consumía en ese acto”). Diego, que trabajaba en la habitación de al lado del taller de Giacometti y era el encargado de realizar los moldes de las esculturas de su hermano, tuvo más paciencia pero también terminó pidiéndole que lo esculpiera de memoria y lo dejara trabajar en paz. El joven James Lord apareció providencialmente en ese momento y Giacometti no lo pensó dos veces: lo encadenó a la silla.
Lord escribía dos veces por semana a su madre al otro lado del océano acerca de sus actividades (mayormente chismes: cuando Gertrude Stein quería que algo se supiera en todo París, se lo contaba a Lord como confidencia). La noticia de que Giacometti iba a pintarlo era tan sabrosa que pidió permiso al pintor para ir fotografiando el retrato en el estado en que quedaba al final de cada jornada, suponiendo (con razón) que Giacometti no le regalaría la tela y que su madre no podría verla nunca. Lo que no se imaginaba era el efecto que esas jornadas tendrían en su vida. Cuando Giacometti murió un año después, Lord publicó tímidamente un librito en el que relataba aquellas dieciocho sesiones (antecedida, cada una, por la fotografía correspondiente del cambiante retrato). El resultado es hipnótico: un artista pinta un retrato y es retratado a su vez por el modelo que posa para él. El modelo no solo registra cada palabra y cada gesto del artista; además, intenta por todos los medios que el artista no arruine el retrato que está pintando.
Giacometti era legendario por pulverizar y reconstruir una y otra vez sus piezas, fuesen cuadros o esculturas, hasta que lo conformaran mínimamente (“Nada de lo que he expuesto estaba acabado. Pero no atreverme a exponer habría sido una cobardía”). Igual de legendarios eran los comentarios que hacía en voz alta para sí mismo mientras trabajaba (“Trabajo frente a la pieza como si tuviera la cara apretada contra una pared y no pudiera respirar”). Lord no solo transcribió clandestinamente esos comentarios sino sus propias sensaciones desde el momento en que, finalizada la primera sesión, Giacometti le dijo: “Hemos ido demasiado lejos, no podemos parar ahora. Tienes que seguir viniendo”. A lo largo de las sesiones siguientes, el pintor ruge, bufa, aplasta cigarrillos con el pie, vuelca trementina, sale al patio a quemar dibujos viejos, se tumba en la cama y anuncia que no va a levantarse nunca más. “Cuanto más se trabaja un cuadro, más imposible resulta acabarlo”, “Deberían encerrarme en un asilo”, “Hay que acercarse un poco más al precipicio”, “Ay, la venganza del pincel contra el pintor que no sabe utilizarlo”. El retrato irrumpe y desaparece en un magma de grises a lo largo de las sesiones, como si Giacometti no tuviera control sobre él. Cuando a Lord le pica la cara y pide permiso para rascarse, Giacometti dice: “Calla. Son las pinceladas que estoy dando a tus mejillas”. Cuando Lord comenta que ya no se puede ver nada en la penumbra, Giacometti dice: “Con la última luz se alcanza a captar lo que no se ve el resto del día”. Cuando Lord le pregunta cuántas sesiones más harán falta, porque lo esperan en Norteamérica, Giacometti contesta: “No dejes que este retrato interfiera en tu vida”. Pero eso es imposible para Lord: “Era como si la pose en que me había colocado me hubiera paralizado para siempre”.
Algo de eso ocurrió. Después de publicar su librito, Lord dedicó los quince años siguientes a escribir una biografía de Giacometti (que hasta el día de hoy es la más exhaustiva que existe) y una serie de libros posteriores que tuvieron a Giacometti como referencia ineludible. Su ambición era poder comprar alguna vez, con el dinero obtenido, aquel retrato que le hizo el pintor, pero Annette (la amante devenida esposa y luego viuda y celosa albacea) se lo impidió, enfurecida por las intimidades que, según ella (y un manifiesto que pagó de su bolsillo, publicado en las revistas de arte más importantes a ambos lados del Atlántico, firmado por todos los galeristas de Giacometti) distorsionaban “irreparablemente” la imagen del pintor. No fue de la misma idea Diego, el fiel hermano de Giacometti, que no solo aceptó firmar un prólogo al librito de Lord, sino que confiesa en él que varias veces ante sus páginas tuvo el impulso de trasladarse al estudio de al lado a leérselas en voz alta a su hermano. “Solo alguien obsesionado por el retrato como mi hermano habría sabido valorar esta semblanza. Cuando Alberto terminó el primer busto que hizo de mí, me llamó a gritos desde su estudio y me dijo: ‘Mírate’. Con ese mismo espíritu me hubiera gustado leerle a él este retrato que le hizo Lord”.
Fuente: http://www.elmalpensante.com
Valdría la pena confrontar la mirada proletaria con la burguesa, frente al hombre-mito, Lenin, para darle más crédito a la sinceridad del escritor colombiano, quien, sin hacer la vista gorda a lo que no quiere ver, se convence de la mitificación del héroe rojo ante su pueblo, para destacarlo, mirándolo con asombro y con respeto, en forma distinta a los ojos comunes de Occidente. Si ciertamente para los occidentales su culto es un símbolo de odios y de tragedia, el escritor no ceja en reconocer que Lenin es para los desposeídos un emblema de esperanza. Eso que algún escritor perfilaba a Gómez Valderrama como un “liberal feudal”. Lo era, pero ante la tragedia de las clases menesterosas, él ponía también los ojos en la esperanza ”Es el amanecer, es la nueva vida, es el mundo corregido de las injusticias, de las desigualdades, de la deshonestidad“. Tal es la convicción que se tiene de Rusia y en otras latitudes donde el profeta rojo universalizó su evangelio ideológico, el cual hace más eco en el estómago hambriento de las masas amorfas que en la mente política de los ad lateres que explotan el marxismo para mantenerse en el poder o explotan la ideología de izquierda para crear horizontes de esperanza hacia el marxismo, consiguiendo el mismo objetivo: el poder. Otros, especialmente en nuestros trópicos, lo conseguirán, de todas maneras, con un pie en la izquierda y con otro en la derecha, por si acaso.
Fuente: www.librosyletras.com
Muchas son las figuras del rock que han sabido verdaderamente conjuntar ése género con la poesía, hacer que las palabras que integran una canción, expresen algo realmente valioso desde lo lírico, sin dejar de lado la actitud, y que la letra no sea una pobre acompañante de lo musical, en síntesis, sentarse a escribir una canción como un poeta que se sienta a escribir un poema. Patti Smith es sin dudas, una personalidad icónica del rock, pero también lo es de las letras, siendo una influyente escritora, poeta sobre todo, que nunca descuidó ni la música ni las palabras. Un detalle no menor para entender la cabeza creativa de Patti Smith, es el libro de William Blake que recibió como obsequio a los ocho años por parte de su madre; más tarde sería ferviente admiradora de los Simbolistas así como de los Beatniks. Porque antes de la figura que impuso en el mainstream rockero, en el cual nunca dejó de sentirse incómoda, Patti fue una consumada artista visual y poeta, editando varios libros antes de su debut como cantante. Su primer libro de poemas fue Seventh Heaven, en 1972, quedando claro que Smith no sería una voz menor en las letras de Norteamérica. Sus libros, algunos inconseguibles ya (como Early Morning Dream, 1972) son piezas de un valor artístico inigualable, en las cuales la autora, según sus propias palabras afirmaba “No considero a la escritura como un acto estático y cerrado, lo considero un verdadero acto físico; cuando estoy en mi hogar, ante la máquina de escribir, me vuelvo loca, lo siento como algo explícitamente sexual, para mí es como tener un orgasmo…”.
Su siguiente colección de poemas, Witt, 1973, la establecería ya como una de las poetas más importantes de su país. La poesía de Patti Smith varía en su tono y formalidad según cada obra, con un notable sarcasmo y una inteligente crítica a todo lo “políticamente correcto”, y a la maquinaria consumista occidental; con una cierta visión existencialista, de algún modo, su poesía se emparenta con la de Jim Morrison; el amor, el deseo, el abandono, la muerte, grandes temas de la poesía que Smith los desgrana de manera visceral, pero nunca apartándose de la belleza, con elaboradas metáforas que nunca dejan de tener un pie en la tierra, y desde una posición de intelectual alcanzable, lejos del academicismo recalcitrante de tantos literatos sin boliche. A la par de su carrera como escritora, lanza su debut discográfico: Horses de 1975, iniciando frecuentes actuaciones con su banda The Patti Smith Group en el famoso club neoyorkino CBGB´s, (The Ramones, Misfits, Talking Heads y Blondie entre muchos otros, empezaron ahí). Luego vendrían Radio Ethiopia, 1976, y el exitoso Easter de 1978, que contiene la canción por la que sería conocida a nivel mundial Because the Night (co-escrita con Bruce Springsteen). Seguirían cuatro décadas de lanzamientos alternados de libros y discos. Pero además, fue pionera de la escena punk de la “gran manzana”, colaborando con grandes del rock, debido justamente a su calidad como escritora; actitud punk que también se refleja en parte de su poesía.
Para consagrar definitivamente su trayectoria literaria, recibió en noviembre de 2010, uno de los premios más importantes de las letras norteamericanas: el National Book Award, en non-fiction work, por sus memorias Just Kids, que describe sus vivencias en la Nueva York de los años 60. Su influencia en la cultura pop occidental es inmensa, numerosas luminarias del rock, pero también de la cultura artística en general reconocen abiertamente el legado de Smith como fuente permanente de consulta y admiración. Patti Smith, nació en Chicago, el 30 de diciembre de 1946, con el nombre Patricia Lee Smith, y tanto su poesía como su música aún tienen mucho por decir.
Fuente: http://www.cooltivarte.com